EL LEÑADOR
CAPITULO PRIMERO
Había una vez, hace mucho, pero que mucho tiempo, en un lugar lejano de cuyo nombre ya ni me acuerdo, un hombre al que todos temían, pues dicen que en su juventud, debió de repartir mucha leña.
Nuestro personaje
se llamaba Lucrecio, pero todos le apodaban el leñador, por eso del reparto de
leña.
Cuando yo le
conocí, ya andaría por los cincuenta años y aun así se le veía ágil pese a su
edad, pues este era todo un manojo de músculos, alto y fuerte, pese que en
aquella época, la gente no llegaba a esas edades y menos con aquel aspecto.
Por supuesto sobra
decir que el leñador ya no repartía leña, más aun así todos le seguían temiendo
y cuando hablaban de él bajaban tanto la voz, que para oírles casi había que
tener audífono.
Un día llegaron al
pueblo unos soldados del cercano castillo, para dar a conocer la noticia de
la muerte del Duque y señor de aquellas
tierras, por lo tanto como durante siglos se había hecho; Se guardarían dos
semanas de luto, donde no debía haber ninguna fiesta, ningún tipo de juegos o
entretenimiento, solo reinaría el recogimiento y austeridad en las comidas ,
además se debían hacer sonar las campanas, durante tres horas al día en
repiques de tres veces al día ,con por lo menos una hora cada uno de duración
para que la gente se enterase en todo su reino.
Hasta ahí, la cosa
hubiese ido como siempre y no hubiera pasado nada, pero la hija del Alcalde del
pueblo y uno de los Terratenientes más ricos del lugar se debía casar el
domingo siguiente, por lo tanto la boda habría que suspenderla porque no se
podía realizar.
Su padre, el sr.
Adolfo, un viejo hecho a sí mismo, en aquellos años tan difíciles para la
plebe, donde al final consiguió que pareciese que todo lo que tocaba se
volviese de oro. La única cosa que no había logrado era casar “Bien” a su única
hija, Dora, ahora que se le había ofrecido la posibilidad de una boda
concertada con otro gran terrateniente, también anciano, de un próximo reino y
además señor del mismo, no quería correr el riesgo de desairarle y perder dicha
ocasión.
No sabiendo que
hacer, decidió que llamasen al leñador, para que le acompañase como escolta al
cercano reino, y así poderle comentar al señor de aquel lugar lo que
acontecía en su reino, por lo cual
rogaría a este que cambiase la fecha o el lugar de la próxima boda.
Cuando llego el
leñador, este le comento lo acontecido y le propuso que le acompañase eso si,
por unas buenas coronas, en un principio este no parecía estar muy interesado, pues por un lado le parecía
poco dinero y por otro, temía que ese acto, seria tomado por el descendiente
del Duque, por un desaire hacia su progenitor, produciendo así, que a su
regreso se encontrasen con unas temidas represalias.
Al final todo se
arregló, fue como siempre, cuestión de precio. Mandaron preparar a los criados
sendos caballos, muy ornamentados y con unas trinchas muy originales y ellos se
pusieron al cinto sendas espadas dignas de un rey, incluso, cada uno, llevo uno
de aquellos pistolones de un disparo, entre sus ropas. Los llamados trabucos.
Dicho y hecho nuestros dos personajes se
pusieron en camino, para llegar al anochecer a mitad del lugar donde iban, y
así poder, en una venta que había, pasar
la noche cenando un poco, además los caballos para entonces estarían un poco
exhaustos y también se habrían ganado su sustento y descanso.
Continuara. . .
CAPITULO SEGUNDO
CAPITULO SEGUNDO
A la mañana siguiente, de madrugada, con el fresco ensillaron sus caballos y sin cruzar media palabra se pusieron en marcha, todavía les quedaba lo más duro del camino y atravesar el bosque encantado.
Para el mediodía
habían cabalgado mucho más de lo previsto y a lo lejos, muy a lo lejos eso sí,
se podía divisar el bosque encantado, pero para entonces sus caballos ya
estaban muy exhaustos y si no paraban, podrían haberse rendido por agotamiento,
por lo cual, decidieron buscar un
cercano lugar sombrío, que el Leñador recordaba de haber parado otras veces, además
entre la vegetación muy alta, se encontraba
oculto, un pequeño manantial ,que con sus frescas aguas y las sombras de los
árboles, para ellos y sus caballos, les vendría de perlas, así que decidieron ir
más despacio hasta encontrar aquel lugar para descansar y comer algo.
En poco tiempo,
pero no gran esfuerzo y bajados de sus monturas, lograron dar con aquel lugar
paradisiaco.
Aquel sitio, pese a
la descripción del leñador, le parecía más que especial, yo diría casi mágico,
salido de un cuento, los pajarillos cantaban por dondequiera que mirásemos y no
se asustaban de nosotros e incluso vimos una pareja de conejos, que parecían
estar jugando al “Pilla, Pilla,” sin importarles nuestra presencia; por muy
raro que nos pareciera eso no nos podía importunar en ese momento, pues nuestro
cuerpo al igual que el de los caballos , pedía imperiosamente un poco de comida
y su merecido, largo descanso.
No sé el tiempo
exacto que paso, pero sé que fueron horas, el tiempo que dormimos.
Al despertar estaba
todo oscuro, no sé, pero probablemente
el agotamiento que llevábamos era más del que parecíamos tener y el tiempo se
nos había pasado volando.
Sabíamos que para
llegar al bosque encantado no podía faltar mucho, pero el atravesarlo por la
noche no nos apetecía a ninguno, así que nos pusimos a buscar cuatro palos para
hacer una fogata y cocinar algo de lo que llevamos, para luego echarnos a dormir junto al fuego.
Por la mañana las
cosas se veían diferente, el bosque estaba a pocos kilómetros de donde
estábamos, por lo cual nos costó poco
llegar.
A la entrada había
un letrero, en el cual se podía leer, “El que pasase sin la conciencia limpia,
se encontraría con su. . . “En un principio no entendíamos nada, así
que despacio, pues ahora teníamos tiempo de sobra, nos adentramos en este, poco
a poco cabalgamos entre los árboles, por un camino estrecho, como hecho a posta
para una encerrona.
En una de las
curvas del camino, vimos a un hombre con la cabeza, por un lado y sus manos por
otro, metida en una de esas torturas, que se ponían en la entrada de los
pueblos para castigar a los maleantes.
Al acercarnos a él, nos pidió agua, paramos y
se la dimos, luego continuamos nuestro camino, nada más podíamos hacer por él.
Ya casi al final
del bosque, vimos a algunas personas que penetraban en él, con montones de bártulos, en la cabeza, espalda y/o en
carros, preguntamos qué es lo que pasaba, pero nadie nos supo contestar, solo
su miedo reflejado en sus ojos, fue lo que pudimos obtener.
Por fin salimos del
bosque, nos dirigimos hacia el castillo que en la lejanía, se dibujaba su
silueta.
Según nos
acercábamos a el nos íbamos cruzando con mas, y más gente, que como la anterior
llevaban a cuestas todo lo que podían de sus pocas pertenencias y llevaban
consigo esa mirada de terror reflejada en sus ojos.
Al franquear la
puerta de entrada al castillo, nadie nos echó el alto, ni tan siquiera vimos
soldados por los alrededores. Cada vez entendíamos menos, así que nos dirigimos
directamente al centro de la fortaleza y entramos en la gran casa consistorial,
donde residía, supuestamente, el señor de aquellas tierras y futuro consuegro
de nuestro anfitrión.
Continuara. . .
CAPITULO TERCERO
Al entrar en la casa consistorial todo estaba en silencio y lóbrego, de pronto como un fantasma, vimos acercarse hacia nosotros la figura del mayordomo, como si de una sombra, toda de negro, se tratase. Este muy educamente nos saludo y después de escucharnos atentamente nuestras razones para estar allí, nos hizo esperar en la biblioteca para desaparecer tal y como vino, como un fantasma.
CAPITULO TERCERO
Al entrar en la casa consistorial todo estaba en silencio y lóbrego, de pronto como un fantasma, vimos acercarse hacia nosotros la figura del mayordomo, como si de una sombra, toda de negro, se tratase. Este muy educamente nos saludo y después de escucharnos atentamente nuestras razones para estar allí, nos hizo esperar en la biblioteca para desaparecer tal y como vino, como un fantasma.
Al poco tiempo se
presentó el señor del castillo, el Duque de Alda, y empezó a narrarles lo
acontecido. . .
Hace un mes, más o
menos, llego al pueblo un personaje, raro y ensombrecido, el cual pidió ser
recibido en el castillo, a los pocos días se le recibió, una vez estuviere
delante del señor del lugar, le ordeno que le entregase diez doncellas Vírgenes
y un gran cantidad de dinero o joyas, a la vez que instaba a todo el pueblo, a
que todas las semanas les preparasen comida para la siguiente semana y así
sucesivamente. La comida consistía en grandes cantidades de viandas, cereales y
carnes de todo tipo, lo que arruinaría su reino.
Al principio todos
nos reinos de él, echándole a puntapiés del castillo, pero pronto veríamos
nuestro error, cuando a la mañana siguiente regreso subido encima de un gran
“Dragón.”
Allá por donde paso
todo lo arraso, echando fuego por la boca y para colmo, se llevó a mucha gente
o a otras, simplemente, las quemo vivas
el dragón.
Desde entonces he
mandado emisarios a todos los reinos de los alrededores pidiendo ayuda, incluso
al vuestro, os lo habéis tenido que cruzar, dijo el señor, pero pocos han
acudido y los poco que lo hicieron acabaron entre las sauces del dragón, comido
por este o bien achicharrado por alguna de sus llamaradas.
Un largo silencio,
parecía decir, ¿Qué podemos Hacer?, este silencio solo fue roto por el leñador,
el cual como no había abierto la boca, lo primero que hizo fue pedir permiso
para hablar.
Con su permiso, si me
permiten que les dé mi opinión, les diría, que me comprometo a intentar
eliminar el problema, con unas
condiciones; La primera es que me hagan caso en todo lo que os diga y construyan lo que les mande, a cambio me
daréis unas tierras entre los dos reinos, junto al lago, una parte ustedes y
otra su colega del sur, de donde nosotros venimos, y segundo renunciar a la
mano de su prometida, Dora, en mí favor,
permitiendo que su padre me la de a
desposar, con una buena Dote y a cambio, usted por su parte, prometerá que
cuando usted se muera, ella heredara su ducado, por no tener usted
descendencia.
Estos asintieron
con la cabeza, y se pusieron a hacer los encargos.
Estos consistían en hacer
una ballesta de grandes dimensiones con la punta impregnada de aceite para
prenderla fuego antes de lanzársela, pero antes atar un saco con hierba verde
con la finalidad de sacar mucho humo no fuego.
También habrá que
construir una especie de enrejado con grandes estacas en punta, enganchándolo a
un sistema de poleas con la cual levantar la rápidamente a posición
vertical, colocándole detrás de la
situación de la ballesta y por ultimo hacerme una ropa ligera y que aguante el
calor lo más posible, o por lo menos que me dé una gran libertad de
movimientos, pudiéndome así defender, esquivándolo, del dragón, lógicamente con
un arco con flechas impregnadas en veneno de la malva negra y una gran espada,
tan pesada que necesite las dos manos para utilizarla, pero con un gran filo,
que sea capaz de cortar hasta un pelo en el aire.
Todos se pusieron a
trabajar en los diferentes encargos que este les hubiera mandado hacer, además
se pusieron a reunir el mayor número de gente que encontraban pues estaban
todos, por miedo, desperdigados por todas partes.
Tan pronto se hicieron
los preparativos, este ordeno hacer una gran fiesta, con todo tipo de comidas y
bebidas, y que la gente montara el mayor ruido posible, de pronto se oyó un
gran ruido de cascos, era el ejercito del conde de al lado que lo mandaba su
propio sucesor en persona, para prestar ayuda al reino amigo.
Cuando este hubo, llegado
se le invito a que descansase y a comer algo, luego se le explico lo que
sucedida y al acuerdo que había llegado.
A este no le pareció mal,
pero quiso que le dejaran primero a él, probar suerte, con el grueso del
ejército.
El leñador, le dijo que
mejor, así no había que exponer a los civiles, pero que este lo haría como él
le explicase.
Cuando se lo hubo
explicado a este le pareció, un poco ingenuo pero
asintió.
Por fin llego el día en
que el dragón venía a recoger su pedido. Todo estaba preparado.
Organizaron una gran
fiesta, con grandes hogueras por dondequiera que mirases, todos iban vestidos
igual, por lo tanto no se podía diferenciar los unos de los otros.
El Dragón, con su dueño
encima, muy cauto, dio sendas vueltas antes de bajar a por sus peticiones ,
justo al tocara el suelo, la mitad de las personas de allí, se abalanzaron
sobre este, a la vez de entre los arboles cercanos salía el nuevo Duque con
parte de su ejército , a la vez que el resto del personal se ponía en sus
sitios.
Unos se acercaron a las
hogueras y echaron hierba verde con la finalidad de levantar mucho humo, otros
se fueron hasta la ballesta y retirando las ramas que la ocultaban, la cargaron
y apuntaron al Dugón, que todavía estaba lejos, los otros se arrimaron a la
poleas del ultimo artilugio pasa subirlo cuando fuera necesario.
El leñador poniéndose
delante de la ballesta, con grades ropajes, como si fuera el poderoso del
reino, le desafiaba a este. Afortunadamente para este, esos ropajes, aunque muy
llamativos y voluminosos, no pesaban nada, por ser de seda natural con alguna
otra mezcla de tegido especial, que le protegía contra el fuego.
El dragón intentaba
levantar vuelo pero, los soldados con
el nuevo Duque, le atiborran a flechas,
algunas de ellas con grandes cuerdas, para sujetarle, lo suficiente para que no
alzase vuelo, pero el Dragón, echaba fuego por la boca quemando , cuerdas y
personas , mientras con sus garras y fauces, desgarraba a todo y todos, los que se ponían
en su camino.
El hombrecillo que le mandaba,
estaba si cabía, mas cabreado y a la vez desconcertado, que nunca, estaba tan
encendido y con los ojos ensangrentados de rabia, que mirando como buenamente
podía o le dejaba el humo, que casi no veía, al leñado, al fondo de todo aquel montón de ataques, este se encontraba subido en una
especie de atrio, al final del camino, justo antes de entrar en el bosque; Nuestro
sombrío y pequeño hombrecillo, fue guiando al dragón entre el humo y los
diferentes ataques, esquivando como podía el mayor número de flechas que se le
lanzaban y dirigiéndose hacia este.
El leñador seguía,
gritándole, para llamar su atención, a la vez que avisaba a sus compañeros de
la ballesta que aseguraran el primer tiro y que rápidamente cargaran para
volver a disparar tantas veces como pudieran.
Estas fechas, además de
ser mucho más grandes, llevaban veneno
en la punta, una cuerda para atarlas al suelo y humo, para que no las pudiera ver
dirigirse hasta este y así no las pudiese esquivar.
La primera le pillo tan
desprevenido al dragón, que casi le da
de lleno, clavándose la en un costado, saliendo de su gran garganta un espeluznante
grito, que se escuchó casi hasta en el otro reino.
El hombrecillo, salió
despedido de este, quedándose colgando por un brazo. Como pudo logro agarrarse
al lomo del animal para volver a subirse a su montura.
Este se puso más furioso
y por un instante se quedó suspendido en el aire, mirando, pero sin ver por el
humo, a sus contrincantes, decidió alejarse, pero las diferentes cuerdas casi
no le dejaban, cuando otra segunda flecha con veneno se clavó en el otro costado.
El dragón estaba herido
de muerte, pues a todas las heridas sufridas, en este fiero combate, habría que
añadirlas el veneno, este decidió morir matando lazándose con furia, contra
nuestro amigo el leñador.
El leñado, adelantándose a
los pensamientos de este, se quedó inmóvil, esperando hasta última hora. En ese
corto plazo de tiempo todavía vio como esquivaba, el dragón, otras dos flechas,
este iba totalmente ciego a por él, pero al llegar a su altura, el leñador, se echó de repente hacia un lado, dejándose caer
dentro de un gran agujero, que ellos mismos habían hecho para tal eventualidad, evitando que este le atrapara
con sus garras; Mientras, daba la orden
de subir el artilugio cuadrado, lleno de
estacas, así, sin poder esquivarlo, este se estampo de lleno contra él.
Al estrellarse, este iba
tan fuerte que arranco el cuadrado, arrastrando todo tras él, iban dando
vueltas por el suelo ambos, aparato y dragón, haciendo que este se soltara
prácticamente del artilugio y las flechas que antes llevara clavadas, más para
entonces, ya los encargados de la
ballesta la habían girado, volviendo apuntar y disparar a este, dándole de lleno en el pecho, mientras intentaba de
nuevo levantar vuelo.
Herido de muerte, cayó al
suelo y mientras agonizaba el pobre animal, (digo pobre porque los animales no
son malos ni buenos, sino que somos nosotros las personas, que les enseñamos a
serlo) vimos cómo de su montura saltaba, como si de un resorte se tratara,
aquel hombrecillo que tanto daño les había querido hacer. Salió corriendo intentando
alejarse lo más posible de aquel lugar. Pero eran demasiados para poder
escapar, siendo enseguida capturado. Mientras, nuestro amigo el leñador, antes
de que por la sorpresa o tal vez por un milagro se pusiera en pie el Dragón, y se
escapase, cogiendo la espada con ambas manos, le sentó un golpe, por necesidad
mortal, en el cuello, el cual hizo rodar la cabeza de este. Mientras, llevaron al pequeño y lúgubre hombrecillo delante del señor de aquellas tierras y una vez allí esperaron la
sentencia que se le dictara a este, por habernos amenazado de muerte, un mes antes.
Fue el Señor de aquellas
Tierras, el que consultando primero con el Duque y después con el Leñador, puso
al hombrecillo frente a todos los lugareños, para que fueran ellos mismos, los
que decidieran que hacer con él.
Todos, como si de una
persona se tratara gritaron al unísono.
. .
¡Que le Corten la Cabeza!
Se dieron abrazos y felicitaciones por
estar vivos, mientras del bosque, los ciudadanos que hasta entonces habían
estado escondidos, salían con grandes gritos de júbilo.
Al final, todos quedaron
encantados con el leñador, de tal manera, que nunca más le llamaron así, desde aquel día le llamaron. . .
” Don Mata Dragones”
Y como en estos casos
siempre se dice, los Duques cumplieron su parte del trato con creces pues no
solo le dieron las tierras que este pidiera, sino que le nombraron Caballero de
ambos reinos, y su amigo el alcalde, le ofreció gustoso, la mano de su hija.
Y ahora sí que diremos aquello de. . .
“Colorín, Colorado, este
Cuento se ha Acabado”
FIN
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